VIAJE A LA
VILA.
La Vila es Villajoyosa, un pueblo de la provincia de Alicante, situado aproximadamente diez kilómetros al sur de Benidorm y veinte al sur de Altea, por citar dos pueblos que probablemente conozca el lector.
Tengo cuarenta y siete años, y voy de vacaciones a Villajoyosa desde que tengo uso de razón, en realidad desde bastante antes, hay documentos gráficos que demuestran que mis padres me llevaban a la Vila antes de que tuviera razón, o, al menos, antes de que supiera usarla.
El término viaje lo asociamos de forma automática a una experiencia novedosa, al descubrimiento de personas y lugares, a un proceso generador de experiencias que el tiempo convierte en recuerdos. No estoy seguro de que sirva como un "relato de viajes" la narración de mi última estancia estival en el que siempre ha sido mi lugar de veraneo, pero he optado por hacer una interpretación amplia de las bases del concurso, y como quiera que vivo en Valencia, que para llegar hasta Villajoyosa tengo que desplazarme, y que según la RAE viajar es "trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por cualquier medio de locomoción", he resuelto que tanto viaje es ir a una Villajoyosa cercana y conocida como a un Nepal lejano y desconocido.
Cuando era pequeño Villajoyosa tenía todos los ingredientes para convertirse en un destino de referencia de aquellos a quienes les gusta el modo de vida burgués y la estética hippy en su versión más comercial. Era un pueblo pesquero (con cada vez menos pescadores), con calas de piedra que lo diferenciaban del masificado y para muchos estéticamente incorrecto Benidorm, y con alguna peculiaridad soportablemente bohemia, como las casas del casco antiguo lindantes al mar, cada una de ellas pintada de un color diferente para que los pescadores que venían de faenar identificaran la suya lo antes posible. Con estos ingredientes básicos y algunos otros de relleno (tiendas de venta de velas aromáticas, tiendas de artesanía, alguna tetería de estética árabe ...), Villajoyosa podía haber competido en la liga del hippismo moderado con otros destinos como Altea o Moraira.
En los años noventa Villajoyosa trajo arena de Benidorm, contrató a una empresa holandesa especializada en ganar terreno al mar, y transformó la playa de su paseo marítimo, antes estrecha y pedregosa, en otra ancha y de arena fina. Esta nueva infraestructura pudo haberla aprovechado la Vila para atraer a turistas sin complejos, nacionales o extranjeros, que sólo aspiran a sol, playa de arena, sangría, precios asequibles y ocio nocturno. El sol y la playa de arena, que son los elementos menos fungibles de la ecuación, ya estaban, y poco habría costado entrar en competencia directa con el saturado Benidorm y ofertar un suministro constante de sangría y jolgorio nocturno.
Ni antes ni después se produjo un bum del turismo en Villajoyosa. Mi teoría es que los vileros no están dispuestos a hacer grandes concesiones para captar turistas, lo que tienen lo ofrecen de buen grado, pero no quieren customizar su pueblo para que tenga mejor encaje en paquetes turísticos más reconocibles (pueblo pesquero con encanto / turismo de sol, playa y discotecas). Es posible que esta lectura positiva esté condicionada por el hecho de que mi familia materna procede de la Vila, y que la infraexplotación turística de la Vila se deba en realidad a una cierta indolencia, pero en mi descargo (y en descargo de los vileros) debo decir que esta supuesta indolencia casa mal con los antecedentes del pueblo, que llegó a tener uno de los astilleros más importantes del país, una flota pesquera considerable y varias decenas de fábricas de chocolates, una de ellas, Chocolates Valor, fundada por mi tatarabuelo (de nombre Valor), en 1.881. Sea por un motivo o por otro, lo cierto es que Villajoyosa sigue manteniendo su esencia, y algunas de sus costumbres (la procesión en barca en honor a la Virgen del Carmen, cortejos fúnebres que interrumpen la circulación de la carretera nacional que atraviesa el pueblo, ancianas que guardan luto riguroso durante años ...) nos recuerdan imágenes que hemos visto en películas ambientadas en pueblos griegos o del Sur de Italia y que pertenecen a lo que podríamos llamar el "Mediterráneo profundo".
Mi última estancia en Villajoyosa ha sido la primera después del confinamiento, la desescalada y la "nueva normalidad", lo que hace que mi viaje en el sentido estricto de la RAE (traslado de un lugar a otro a través de cualquier medio de locomoción), tenga también la connotación de descubrimiento y novedad que normalmente se asocia a este término.
He podido comprobar que la "nueva normalidad" en Villajoyosa se parece bastante a la única normalidad que por su regularidad y constancia merece tal calificativo. Sus calas, que antes no estaban masificadas, siguen sin estarlo, y sus terrazas, que al caer la tarde estaban repletas de gente, tienen aproximadamente la misma afluencia. En este sentido los vileros no son diferentes al resto de los españoles, y también se comportan como si las mesas de las terrazas de los bares generaran un campo de fuerza invisible que protege del virus a la propia mesa y a todos los que se sienten a su alrededor. Hay algunas evidencias que muestran las terribles secuelas del tsunami que nos ha arrollado, como el hecho de que los dos hoteles del pueblo se encuentran prácticamente vacíos, pero como los niños entienden poco de ratios de ocupación hotelera y de crisis económica, mis hijos llevan en el pueblo una vida alegre y despreocupada parecida a la que llevaba yo a su edad cuando venía o más bien, me traían, a la Vila.
Confío en que estos viajes a la Vila permitan a mis hijos crear lo que en el futuro sean recuerdos de una infancia feliz y a mí revivir recuerdos que de otra forma el tiempo iría borrando (un buen final sería "recuerdos que el tiempo iría borrando y se perderían como lágrimas en la lluvia", pero Blade Runner se me adelantó varias décadas).
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